(Francisco Trancón Pérez) (doctor en Filosofía y Ciencias de la
Educación)
La
práctica de las normas de urbanidad en el
pasado, constituían un tratado de buenas
formas y maneras, una guía de comportamiento
en sociedad. Sin embargo, hoy se considera que este concepto es obsoleto,
desfasado, que constituyen un conjunto de prescripciones inculcadas por
determinados sectores religiosos y políticos, con la finalidad de adoctrinar a
la infancia y de crear una mentalidad
sumisa y obediente en las niñas como futuras madres.
Ahora
no se concibe esa práctica, no se tolera, ¿pero se debe obviar la importancia
de la urbanidad como mejora de las relaciones entre las personas?
Las
teorías más importantes de la filosofía política propugnan por recuperar el
modelo griego de la polis, el de una
sociedad más comunitaria. Entienden
que los ciudadanos estén dispuestos a adquirir las virtudes o las cualidades
necesarias para crear un clima de convivencia que les haga felices.
Para
Aristóteles la finalidad única de los humanos era convertirse en un buen
ciudadano. Erasmo de Roterdam, humanista, europeísta, elabora pautas educativas relacionadas con la
urbanidad que podemos leer en su obra moren
civilytate puerilium
En
un incompleto muestrario histórico señalo a varios autores que se han encargado del tema: Escoiquiz (1899) en su obra Obligaciones del hombre, libro muy
querido por Carandell que prologó una edición publicada por Plaza& Janés (1998) y otra de la familia
Cortés (de editorial Aguilar) publicada en el año 2000; Ezequiel Solana
(1924), Pilar Pascual de San Juan, (1899), editorial Edelvives (1900), Carreño
(1835); los maestros leoneses Antonio Matilla, Vicente Nieto (1920), etc.
Los
manuales de buenas maneras tienen como objetivo, valiéndose de reglas,
preceptos y recomendaciones regular la conducta y la afectividad individuales.
Estos tratados inciden habitualmente sobre una serie de cuestiones: la
satisfacción de necesidades fisiológicas, la compostura ante la comida en la
mesa, el trato a los demás, la conversación o la vestimenta, enfocadas hacia el
encuentro y el contacto público con otras personas.
Una
publicación de la editorial Calleja de 1905, nos ilustra sobre esta materia, intentando poner orden y
jerarquía entre términos de uso general:
buena crianza, buena educación, cortesía, urbanidad, etc.
Indica
el texto que la buena crianza se refiere al modo de comportarnos con nuestros
semejantes y de ella se derivan como obligaciones la cortesía y la urbanidad.
En cambio, la buena educación se refiere a uno mismo, ilustra la razón y
perfecciona las costumbres a través de los impulsos de la atención y la
política. La distinción me parece un tanto artificiosa.
La
urbanidad ,como disciplina escolar, no ha sido considerada en sentido estricto,
dentro de los planes de enseñanza, como una asignatura, sino más bien como una
serie de recomendaciones o normas tratadas de forma trasversal dentro del currículo escolar.
Tal
vez la excepción la encontramos en el Plan general de primeras letras de 1825,
en la que sí aparece integrada dentro del programa de enseñanza como una dedicación de dos horas semanales.
Efectuando
un recorrido a partir del siglo XX se observa que en el real decreto de 1901 se
establecen materias en general, sin especificar la urbanidad; el artículo 8º de la Ley Primaria de 1945 indica que se
fomentarán hábitos para la convivencia humana; en los Nuevos Cuestionarios de
1953 se dan unas orientaciones didácticas sobre urbanidad con el título de Formación familiar y social,
que no aportan nada nuevo, son una continuidad de lo establecido a finales del
siglo XIX; sin embargo la Enciclopedia Álvarez dedica un apartado a la
formación social de las niñas y otro a la formación nacional de los niños con
contenidos copiados de otros manuales antiguos
o de catecismos como el de Mazo.
En
la ley general de educación de 1970 se establece el área de experiencias que
dedica su atención tímidamente a la urbanidad. Pero en los estudios de Bachillerato,
con relación a las alumnas, aparece una
asignatura denominada Convivencia social, texto editado por la Sección
Femenina, con un contenido muy exhaustivo y riguroso sobre la urbanidad.
En
el Real Decreto 1513/2006, de 7 de
diciembre por el que se establecen las enseñanzas mínimas para la Educación
Primaria, con relación a la urbanidad, se
focaliza la atención sobre la competencia
social y ciudadana, que hace hincapié en saber vivir en sociedad, comprender la
realidad social del mundo en que se vive y ejercer la ciudadanía democrática.
Se
redescubren los valores en la educación y algunos como los éticos, sociales,
ecológicos, forman parte de los objetivos de la enseñanza en general.
Hoy
la urbanidad ha superado los viejos presupuestos que servían de soporte para su
realización. No colaborarán para identificar y, por tanto, a distinguir a los
sujetos según su extracción social como nos recuerda Carmen Benso; ya no existe esa dualidad que señalaba Pablo
Montesino “una moral útil para el pueblo y otra
para la burguesía”, universalizando la urbanidad, no son las gentes urbanas o “corteses” las
que heredan esta concepción, sino que todos tienen acceso.
La
urbanidad necesita una adaptación a nuestra época, a nuestra cultura. Nos
indica las consideraciones que debemos
guardar con los demás en las situaciones
y casos que nos plantea la vida en sociedad y curiosamente, una vez adquiridos estos
hábitos, hace que nos sintamos más seguros, más felices.
Las
normas de urbanidad no se encuentran en los códigos ni en las leyes, sin
embargo, no se concibe una sociedad en la que no se respeten las formas y
hábitos de convivencia y respeto.
El
objeto de la urbanidad en la actualidad tiene un campo de actuación muy amplio, a título
orientativo propongo algunos.
En
el colegio, señalando pautas básicas de convivencia .Es difícil encontrar a
escolares que se disculpen, den las gracias, pidan perdón, respeten a los
profesores, a sus padres, etc.
Posiblemente el acoso escolar se podría evitar en gran medida con la
observación de estas normas.
En
el cuidado a la naturaleza, mobiliario urbano, moderación y buenas formas en la
circulación vial, en los espectáculos deportivos, respeto a otras culturas, etc.
La
administración va mejorando sus relaciones con los administrados, y con
frecuencia nos sorprendemos gratamente con el trato amable que nos dispensan
ciertos funcionarios.
La
empresa en este sentido considera la práctica de normas de urbanidad como una
inversión rentable. Sus empleados se están formando en relaciones sociales, para
atender al cliente, prestarle ayuda, información, orientarle. Las azafatas de
aviones, congresos, eventos, etc. son un ejemplo de amabilidad y trato
exquisito.
En
el ámbito político, donde precisamente se focaliza la atención del ciudadano
con cierta intensidad, el espectáculo, en líneas generales, es decepcionante.
La elegancia, el buen trato, la amabilidad, el respeto, factores elementales a
observar en cualquier diálogo, no se prodigan.
Decía
anteriormente que la observación de las buenas formas con los demás es
considerada en la empresa con un factor de rendimiento económico. En cierta
ocasión, asistí a una sesión de un congreso de Farmacia en Barcelona, en la que
el tema era “Cómo mejorar las ventas, trato con el paciente”.
El
ponente consideraba que el trato con el público debía ser atento, moderado,
profesional y que la atención farmacéutica debía basarse en principios de
cordialidad, dando muestras al paciente de no tener prisa mientras se le atendía.
Habían
observado que las farmacias cuyos empleados practicaban estas normas solían
atraer más clientes que en otras cuyo trato con el público no era tan próximo.
Finalizaba
que para llegar a estas conclusiones habían realizado un trabajo de
investigación muy laborioso (la verdad es que no mostró ningún dato estadístico
ni argumento científico).
No
me pude contener ante tal asombrosa revelación y le dije (aún no sé, si obré
bien)
-Lo
que dice no es nada nuevo, nuestros antiguos lo tenían muy claro apelaban a
este refrán: “más vale onza de trato que arroba de trabajo”
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