Introduccion
Este título corresponde al discurso de
inauguración de un certamen celebrado en la citada localidad vizcaína por el
mantenedor y presidente del certamen D.
Álvaro López Núñez.
Síntesis
biográfica del autor
Álvaro
López Núñez (León, 2 de junio de 1865 - Madrid, 30 de septiembre de 1936) fue un periodista y escritor español, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y
acérrimo defensor de la asistencia social,
los seguros sociales y
la democracia
cristiana. Murió asesinado junto a su hija Esther al comienzo de
la Guerra
Civil Española.
A
López Núñez, diputado en Cortes entre 1927 y 1930 y miembro de la Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas, se deben muchas de las ideas y medidas que durante
un siglo han prevalecido en la previsión española, especialmente en
mutualidades y materia de seguros. En época de las internacionales obreras,
López Núñez, que junto a Maluquer y el general Marvá habían fundado el
Instituto Nacional de Previsión.
Tiene dedicada una calle en León
que une la Plaza del Espolón, con la carretera de Asturias.
Reseño algunas obras de su amplia
bibliografía, recogidas en el Servicio de Publicaciones del Instituto Nacional
de Previsión
- Función social den la mutualidad
escolar (1915)
- Ideas pedagógicas sobre previsión
(1912)
- La acción social de la mujer en la
higiene y mejoramiento de la raza (1915
- Previsión infantil (1924)
- Protección de la infancia en España
(1908)
Fragmentos
de su discurso
Aspectos
introductorios
Nos
han convocado hoy aquí para celebrar una fiesta de Previsión social, en que
intervienen los niños y los viejos.
Nos
preocupan mucho estos dos polos de la vida humana, solidarizados entre sí de
tal modo, que puede decirse que la vejez se caracteriza en la juventud, y así
llegó a afirmar D/ Concepción Arenal que
«la vejez más robusta fue antes la juventud más arreglada». La iniciativa de
esta gran fiesta surgió entre los niños
de la Mutualidad Escolar de Nuestra Señora de la Antigua, de la insigne villa
de Lequeitio, dirigidos por el
celosísimo maestro D. Bruno Martínez
Aldea, que corona, con estos trabajos por el bien social, toda una vida
de intensa y callada labor consagrada a la educación de la infancia. Deber es de gratitud dedicar
un aplauso a este distinguido maestro, en quien han sido hábito la
abnegación y el sacrificio, para bien de
los niños. La iniciativa de la
Mutualidad de Lequeitio fué recogida, como no podía menos de ser, por la admirable Caja de Ahorros
Vizcaína, colaboradora del Instituto
Nacional de Previsión, y que, en los pocos años que lleva de vida a la sombra
bienhechora de la Diputación de Vizcaya,
ha llegado a ser un órgano poderosísimo de
bien social y, ío que es más importante, un eficaz elemento de educación popular en las más nobles
virtudes de la ciudadanía. La Caja y la Mutualidad, los graves varones y
lo& niños inocentes, han movido la opinión pública, no sólo del Señorío de Vizcaya, sino de todo el
territorio español, y a su pregón, como antaño al de los heraldos que recorrían
los castillos y las ciudades convocando a las Cortes de Amor y a los
Consistorios del Gay Saber, han acudido los hombres que entienden de estas
cosas y los que calladamente las practican v como las abejas hacen la cera y la
miel en las celdas misteriosas de la
colmena; y habéis acudido vosotros, es decir, el pueblo, para colaborar en una noble empresa que, sin
el pueblo, no habría de tener
trascendencia de utilidad social.
Ancianos,
niños y necesidad de la previsión social
Hemos de hablar, pues, brevemente de los
viejos y de los niños, y lo hemos de hacer con la vista fija en los altos
ideales de progreso social, hacia los que se encaminan hoy todos los esfuerzos de la Previsión. La presencia
de unos y otros en este acto nos conmueve dulcemente y nos obliga a una
gran sinceridad en cuanto hayamos de
decir, porque nadie tiene tanto derecho a la verdad como los débiles e
indefensos, que inocentemente creen
cuanto se les dice. Viejos y niños son los protagonistas de esta fiesta, y vosotros y nosotros
somos como el coro que ha de aplaudirles, amarles y enaltecerles. .
Estos
ancianos que hoy veis aquí van a recibir de manos de nuestro Presidente las libretas con que se
les reconoce una modesta pensión para
todos los días que les restan de vida: y con ser muy apreciable este beneficio
económico, lo es mucho más el de respeto y veneración que ahora les con consagra
este pueblo, en nombre de todo el país. Damos, coa esto, un
público testimonio de que nos duele, como propio dolor, el abandono en que
están muchos ancianos, y que es firme nuestro propósito de evitar, para tiempos
venideros, este desamor y no merecido infortunio. Hoy les damos lo que podemos,
que parece poco, considerado en la esfera de la abundancia, pero que no lo es tanto, mirado desde
la zona de «u pobreza. Lamentamos que no sea lo suficiente para resolver de plano el problema de la vejez desvalida,
aunque para algunos tal vez lo será, y este sentimiento nos anima para afirmarnos más y más en las ideas de
Previsión, con las que llegará un día en que queden extintos estos crueles
dolores.
Ahora
exteriorizamos esta inquietud espiritual, que, social mente considerada, es un
remordimiento de conciencia y un estímulo
para mejorar de conducta, y proponemos la enmienda social para lo porvenir.
Niños
Asisten
a este acto los niños, que son los viejos de mañana, y precisamente en ellos
buscamos nosotros la solución al grave problema por medio de la Previsión. Esta
gran virtud, que siempre fué tenida en
alta estima por los hombres de superior mentalidad, va perdiendo,
afortunadamente, el matiz individualista
que la manchaba con la torpe tara del egoísmo,
y va ensanchando su esfera de acción, tomando carácter social y multiplicando de este modo
sus beneficios.
Concepto
de la escuela antigua
Para
atenuar tales dolores y aun, si fuera preciso, para •extirparlos por completo, acudimos a la
Pedagogía de la Previsión, buscando en
la escuela los medios con que dotar a las
futuras generaciones de aquellas
reservas económicas y sociales que les
permitan, en los días tristes de la senectud, redimirse de los dolores de la miseria.
Queremos que cuando los niños de hoy
sean los viejos de mañana, no se vuelvan airados hacia los tiempos pretéritos y
tengan para nuestra memoria frases de
odio y maldición: antes al contrario, aspiramos a merecer un dulce recuerdo y un aplauso para
nuestra política previsora. Mil veces se ha dicho que la escuela es el
taller de la vida, donde se moldea y fragua la sociedad; pero no siempre la
escuela ha respondido, ni, aun hoy mismo, en muchas partes responde, a las exigencias de
este aprendizaje, necesario en todo pueblo bien organizado. La escuela es el
reflejo de la sociedad, y late según el ritmo de la vida pública.
La escuela en que se formaron los viejos de hoy fué el
espejo de aquella existencia individualista del siglo XIX, con un ideal
pedagógico de pura intelección y de seco teoricismo, según el cual los niños habrían de ser sabios antes de ser
hombres. La escuela era como un recogimiento espiritual apartado del cauce de
la vida corriente, donde un maestro, desconocido y aun menospreciado por los ciudadanos, transmitía,
por medios violentos, en un local triste
y antipático, ideas abstractas cuya utilidad no alcanzaban los niños, ni acaso
el mismo maestro tampoco. De cuando en cuando se abría aquel recinto hermético
para que entrasen en él, no las auras refrigerantes y fecundas de la vida social, sino
las autoridades y las familias de los
discípulos, ante las cuales aquellos niños repetían inconscientemente lo que se les había enseñado de cosas ignotas,
que producían asombro a los que las escuchaban, porque, de ordinario, eran para ellos ininteligibles y
peregrinas pasados algunos años,
aquellos niños, abrumados por el bagaje memorista, entraban en el mundo y
tenían que hacer el aprendizaje de la vida mediante una dolorosa experiencia perdiendo,
en estos intentos de adaptación social, años que hubieran sido preciosos,
dedicados, desde luego, al trabajo y a
la producción del bien colectivo.
Nueva
escuela
Hoy
ha cambiado del todo el aspecto de estas cosas, y la escuela, como la vida, es
sustancialmente social. Sin desdeñar todas aquellas enseñanzas que tiendan a
dar eficacia a las fuerzas individuales y a ennoblecer y hermosear el espíritu,
la Pedagogía moderna aspira a formar los hombres, no para sí mismos, sino para
la sociedad, de que son parte principal, y sin la cual no se podría realizar el
fin para que el hombre ha sido puesto por Dios en la Tierra; y, de este modo,
la escuela es verdaderamente el taller del aprendizaje de la vida. En él se
enseña a los niños las reglas necesarias para la convivencia social, y se les
hace sentir aquel gran principio de la fraternidad
cristiana, fundada en la igualdad esencial de todos los hombres, como hijos de
un mismo Padre Eterno y llamados a un mismo último destino, y que es la que se
denomina ahora solidaridad social, con
este afán de sustituir con nombres
nuevos, los más bellos y expresivos tradicionales.
Así
se da a los niños la conciencia de las realidades ciudadanas, se les inculca el
sentimiento de la responsabilidad social,
se les habitúa al manejo de los
instrumentos económicos y políticos, que
son la herramienta de la vida civilizada, y se imprime a la instrucción una
trascendencia realista que ciertamente no es incompatible con las más puras
efusiones del alma.
Entre
estas enseñanzas se encuentra la de la Previsión, mediante la cual el hombre,
conociendo las leyes generales de los
hechos que han de venir y viendo éstos como si estuvieran ya presentes, se abroquela contra aquellos que
pueden serle nocivos, de modo que, lejos
de ser arrastrado por los acontecimientos,
según pasa a los seres inferiores, va delante de ellos, y como que los sujeta y somete a su
voluntad para que no le sean dañosos.
Mutualidades
escolares
Esta
enseñanza de la Previsión es la que
nosotros pretendemos dar a los niños mediante la difusión y fomento de las Mutualidades
escolares. Estas bellas instituciones ponen al alcance del espíritu infantil un caudal enorme de pensamiento y de acción.
Ellas, en un orden elevado de ideas,
enseñan a los niños la armonía y el
ritmo de la vida, la evolución de los hechos humanos, sujetos a leyes de tan exacta aplicación como las
mismas leyes cosmológicas; tal ocurre
con las que se refieren a la mortalidad, a la morbilidad, a la natalidad y a los demás
fenómenos demográficos sujetos a
estadística, cuyo estudio sirve de fundamento a la arquitectura de los seguros sociales. En
la esfera de las relaciones morales,
adoctrinan a los niños en las normas de la fraternidad social, explicándoles
cómo el riesgo que se cierne sobre todos ellos, y en forma de siniestro hiere a algunos, debe ser por todos soportado como
una obligación colectiva, tomando cada
uno en él la parte que le corresponda.
La
familia en el país vasco
En
ninguna parte mejor que en esta tierra vasca se puede comprender la necesidad de conservar a los
hombres unidos al hogar, y mucho más
cuando, como ahora ocurre, las
modalidades de la vida moderna parece que conspiran para destruirlo. Ninguna
comarca supera a esta de Vasconia en el
amor intenso al hogar, porque ninguna la excede en su amor a la tradición, gran aglutinante
histórico, del que sabiamente ha dicho un insigne pensador, el Sr. Torras y
Bages, •que «es una solidaridad inmensa,
una transmisión y comunicación de vida
entre los hombres pasados, presentes y futuros que viven en un país». El hogar doméstico
tiene su arquetipo, y como su modelo
ejemplar, en el caserío vascongado, que subsiste a través de los siglos, no
obstante los avances del urbanismo, con
el que se tiende a extinguir los campos y
hacer de todo el mundo una gran ciudad. El caserío es el verdadero templo de la
familia: en él perdura la vida patriarcal, con todas sus bellezas, fuerzas y virtudes,
ungida por la Religión, realzada por la honestidad de la mujer, enriquecida por el trabajo de todos y dignificada por el
respeto a las sanas libertades
individuales y políticas. Parece que la propia
Naturaleza
ha querido enaltecerle, esparciendo por estos valles los tesoros de su perennal
hermosura: los mismos animales, aquellos a los que San Francisco llamaba
hermanos (y realmente lo son, como hijos
del mismo Padre universal y coadyuvantes,
con el hombre, a la armonía del mundo presente), son, en cierto modo, individuos de esta
familia, que por algo se les denomina
domésticos, en tal forma, que sin ellos la familia no podría vivir. Todo este
conjunto de cosas buenas, de seres altos
o humildes, de pensamientos y de acciones, de recuerdos, de realidades y de
esperanzas, de dulces efluvios espirituales
y de recias energías físicas, contribuyen al sostén de la familia, haciendo de su hogar un sagrado
recinto donde se rinde culto a la
virtud.
Pues
he aquí que al hombre que creó y sostuvo este hogar en una larga vida de fecundo trabajo; al que
supo conservar en fertilidad perenne
estas praderas de esmeralda y estos árboles
de doradas pomas, ubérrimas como las del jardín de las Hespérides; al que sujetó a las bestias y
animales de toda especie, amansándoles y
haciéndoles producir riqueza; al que tal
vez formó en esa milicia foral que mantiene el orden, la paz y el respeto
ciudadano en el Señorío, o se lanzó al mar emulando las hazañas de los grandes nautas de
los siglos pretéritos; al que supo formar una generación de hombres honrados y laboriosos como él, que perpetúan las
excelencias de la raza..., a este se le
arrebata su hogar, recluyéndole en un asilo.
¿Por qué? Por ser viejo, por haber agotado sus fuerzas en una vida de producción, contribuyendo al
bien público y creando riqueza para todos.
Y,
sin embargo, no siempre es el anciano un inútil estorbo en el hogar doméstico: mientras el hombre
conserve una chispa de luz en el
entendimiento y un grado de calor en et corazón, podrá ser útil a sus
semejantes: los músculos son cosa secundaria. La experiencia de todos los días
nos demuestra cuán provechosa es la
presencia de los ancianos en las casas de
sus hijos o nietos, donde prestan multitud de pequeños servicios, ocupando sus
largas horas en menesteres no siempre desprovistos
de provecho. Ya la sola compañía del anciano con los niños, a quienes educa y entretiene,
relatándoles cuentos y adoctrinándoles
con los frutos de su experiencia, es un
beneficio que la gente joven nunca podrá agradecer bastante.
La
presencia del anciano afirma el centro de gravedad del hogar doméstico y da a la vida familiar un
ritmo de orden, de serenidad y de
cordura. En otro linaje de actividad, notorio
es que hay multitud de operaciones domésticas, de leve esfuerzo físico, no
desproporcionadas a la capacidad productora de los viejos ni disconformes con las
deferencias cariñosas que les son
debidas. Todo esto lo saben muy bien los buenos hijos, que procuran con su amor
hacer menos tristes los días, no siempre alegres, de la ancianidad.
Y
ahora, para terminar, volvamos a nuestros viejecitos. En su honor celebramos esta hermosa fiesta...,
en su honor y en el de los viejecitos de
mañana, que seréis vosotros los que ahora cruzáis entre flores la senda de la
vida. Respetad y amad a los viejos, recordando aquel bello cantar del poeta de las
Encartaciones:
A
la sombra de una encina
duerme
un anciano la siesta:
no
turbéis su dulce sueño,
pájaros
de la arboleda.
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