martes, 11 de julio de 2017

FIESTA PEDAGÓGICO SOCIAL (Gernika-Bizkaia- 20/9/1925)

Introduccion
Este título corresponde al discurso de inauguración de un certamen celebrado en la citada localidad vizcaína por el mantenedor y presidente del certamen  D. Álvaro López Núñez.
Síntesis biográfica del autor
Álvaro López Núñez (León, 2 de junio de 1865 - Madrid, 30 de septiembre de 1936) fue un periodista y escritor español, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y acérrimo defensor de la asistencia social, los seguros sociales y la democracia cristiana. Murió asesinado junto a su hija Esther al comienzo de la Guerra Civil Española.
A López Núñez, diputado en Cortes entre 1927 y 1930 y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, se deben muchas de las ideas y medidas que durante un siglo han prevalecido en la previsión española, especialmente en mutualidades y materia de seguros. En época de las internacionales obreras, López Núñez, que junto a Maluquer y el general Marvá habían fundado el Instituto Nacional de Previsión. 
Tiene dedicada una calle en León que une la Plaza del Espolón, con la carretera de Asturias.
Reseño algunas obras de su amplia bibliografía, recogidas en el Servicio de Publicaciones del Instituto Nacional de Previsión
  • Función social den la mutualidad escolar (1915)
  • Ideas pedagógicas sobre previsión (1912)
  • La acción social de la mujer en la higiene y  mejoramiento de la raza   (1915
  • Previsión infantil (1924)
  • Protección de la infancia en España (1908)

  
Fragmentos de su discurso

Aspectos introductorios
Nos han convocado hoy aquí para celebrar una fiesta de Previsión social, en que intervienen los niños y los viejos.
Nos preocupan mucho estos dos polos de la vida humana, solidarizados entre sí de tal modo, que puede decirse que la vejez se caracteriza en la juventud, y así llegó a afirmar  D/ Concepción Arenal que «la vejez más robusta fue antes la juventud más arreglada». La iniciativa de esta gran  fiesta surgió entre los niños de la Mutualidad Escolar de Nuestra Señora de la Antigua, de la insigne villa de Lequeitio,  dirigidos por el celosísimo maestro D. Bruno Martínez  Aldea, que corona, con estos trabajos por el bien social, toda una vida de intensa y callada labor consagrada a la educación  de la infancia. Deber es de gratitud dedicar un aplauso a este distinguido maestro, en quien han sido hábito la abnegación  y el sacrificio, para bien de los niños. La iniciativa de  la Mutualidad de Lequeitio fué recogida, como no podía menos  de ser, por la admirable Caja de Ahorros Vizcaína, colaboradora  del Instituto Nacional de Previsión, y que, en los pocos años que lleva de vida a la sombra bienhechora de la  Diputación de Vizcaya, ha llegado a ser un órgano poderosísimo  de bien social y, ío que es más importante, un eficaz elemento  de educación popular en las más nobles virtudes de la ciudadanía. La Caja y la Mutualidad, los graves varones y lo& niños inocentes, han movido la opinión pública, no sólo del  Señorío de Vizcaya, sino de todo el territorio español, y a su pregón, como antaño al de los heraldos que recorrían los castillos y las ciudades convocando a las Cortes de Amor y a los Consistorios del Gay Saber, han acudido los hombres que entienden de estas cosas y los que calladamente las practican v como las abejas hacen la cera y la miel en las celdas misteriosas  de la colmena; y habéis acudido vosotros, es decir, el pueblo,  para colaborar en una noble empresa que, sin el pueblo,  no habría de tener trascendencia de utilidad social.
Ancianos, niños y necesidad de la previsión social
Hemos de hablar, pues, brevemente de los viejos y de los niños, y lo hemos de hacer con la vista fija en los altos ideales de progreso social, hacia los que se encaminan hoy todos  los esfuerzos de la Previsión. La presencia de unos y otros en este acto nos conmueve dulcemente y nos obliga a una gran  sinceridad en cuanto hayamos de decir, porque nadie tiene tanto derecho a la verdad como los débiles e indefensos, que  inocentemente creen cuanto se les dice. Viejos y niños son  los  protagonistas de esta fiesta, y vosotros y nosotros somos como el coro que ha de aplaudirles, amarles y enaltecerles. .
Estos ancianos que hoy veis aquí van a recibir de manos  de nuestro Presidente las libretas con que se les reconoce  una modesta pensión para todos los días que les restan de vida: y con ser muy apreciable este beneficio económico, lo es mucho más el de respeto y veneración que ahora les con consagra este pueblo, en nombre de todo el país. Damos, coa esto, un público testimonio de que nos duele, como propio dolor, el abandono en que están muchos ancianos, y que es firme nuestro propósito de evitar, para tiempos venideros, este desamor y no merecido infortunio. Hoy les damos lo que podemos, que parece poco, considerado en la esfera de la  abundancia, pero que no lo es tanto, mirado desde la zona de «u pobreza. Lamentamos que no sea lo suficiente para resolver  de plano el problema de la vejez desvalida, aunque para algunos tal vez lo será, y este sentimiento nos anima para  afirmarnos más y más en las ideas de Previsión, con las que llegará un día en que queden extintos estos crueles dolores.
Ahora exteriorizamos esta inquietud espiritual, que, social mente considerada, es un remordimiento de conciencia y un  estímulo para mejorar de conducta, y proponemos la enmienda social para lo porvenir.
Niños
Asisten a este acto los niños, que son los viejos de mañana, y precisamente en ellos buscamos nosotros la solución al grave problema por medio de la Previsión. Esta gran virtud,  que siempre fué tenida en alta estima por los hombres de superior mentalidad, va perdiendo, afortunadamente, el  matiz individualista que la manchaba con la torpe tara del  egoísmo, y va ensanchando su esfera de acción, tomando  carácter social y multiplicando de este modo sus beneficios.
Concepto de la escuela antigua
Para atenuar tales dolores y aun, si fuera preciso, para   •extirparlos por completo, acudimos a la Pedagogía de la Previsión,  buscando en la escuela los medios con que dotar a  las futuras  generaciones de aquellas reservas económicas y  sociales que les permitan, en los días tristes de la senectud,  redimirse de los dolores de la miseria. Queremos que cuando  los niños de hoy sean los viejos de mañana, no se vuelvan airados hacia los tiempos pretéritos y tengan para nuestra  memoria frases de odio y maldición: antes al contrario, aspiramos  a merecer un dulce recuerdo y un aplauso para nuestra  política previsora.  Mil veces se ha dicho que la escuela es el taller de la vida, donde se moldea y fragua la sociedad; pero no siempre la escuela ha respondido, ni, aun hoy mismo, en  muchas partes responde, a las exigencias de este aprendizaje, necesario en todo pueblo bien organizado. La escuela es el reflejo de la sociedad, y late según el ritmo de la vida pública.
 La escuela en  que se formaron los viejos de hoy fué el espejo de aquella existencia individualista del siglo XIX, con un ideal pedagógico de pura intelección y de seco teoricismo, según el cual  los niños habrían de ser sabios antes de ser hombres. La escuela era como un recogimiento espiritual apartado del cauce de la vida corriente, donde un maestro, desconocido y aun  menospreciado por los ciudadanos, transmitía, por medios  violentos, en un local triste y antipático, ideas abstractas cuya utilidad no alcanzaban los niños, ni acaso el mismo maestro tampoco. De cuando en cuando se abría aquel recinto hermético para que entrasen en él, no las auras refrigerantes y  fecundas de la vida social, sino las autoridades y las familias  de los discípulos, ante las cuales aquellos niños repetían inconscientemente  lo que se les había enseñado de cosas ignotas, que producían asombro a los que las escuchaban, porque,  de ordinario, eran para ellos ininteligibles y peregrinas  pasados algunos años, aquellos niños, abrumados por el bagaje memorista, entraban en el mundo y tenían que hacer el aprendizaje de la vida mediante una dolorosa experiencia perdiendo, en estos intentos de adaptación social, años que hubieran sido preciosos, dedicados, desde luego, al trabajo y  a la producción del bien colectivo.  

Nueva escuela
Hoy ha cambiado del todo el aspecto de estas cosas, y la escuela, como la vida, es sustancialmente social. Sin desdeñar todas aquellas enseñanzas que tiendan a dar eficacia a las fuerzas individuales y a ennoblecer y hermosear el espíritu, la Pedagogía moderna aspira a formar los hombres, no para sí mismos, sino para la sociedad, de que son parte principal, y sin la cual no se podría realizar el fin para que el hombre ha sido puesto por Dios en la Tierra; y, de este modo, la escuela es verdaderamente el taller del aprendizaje de la vida. En él se enseña a los niños las reglas necesarias para la convivencia social, y se les hace sentir aquel gran principio de la  fraternidad cristiana, fundada en la igualdad esencial de todos los hombres, como hijos de un mismo Padre Eterno y llamados a un mismo último destino, y que es la que se denomina  ahora solidaridad social, con este afán de sustituir con  nombres nuevos, los más bellos y expresivos tradicionales.
Así se da a los niños la conciencia de las realidades ciudadanas, se les inculca el sentimiento de la responsabilidad social,  se les habitúa al manejo de los instrumentos económicos y  políticos, que son la herramienta de la vida civilizada, y se imprime a la instrucción una trascendencia realista que ciertamente no es incompatible con las más puras efusiones del  alma.
Entre estas enseñanzas se encuentra la de la Previsión, mediante la cual el hombre, conociendo las leyes generales  de los hechos que han de venir y viendo éstos como si estuvieran  ya presentes, se abroquela contra aquellos que pueden  serle nocivos, de modo que, lejos de ser arrastrado por los  acontecimientos, según pasa a los seres inferiores, va delante  de ellos, y como que los sujeta y somete a su voluntad  para que no le sean dañosos.
Mutualidades escolares
Esta enseñanza de la Previsión  es la que nosotros pretendemos dar a los niños mediante la  difusión y fomento de las Mutualidades escolares. Estas bellas instituciones ponen al alcance del espíritu infantil  un caudal enorme de pensamiento y de acción. Ellas, en  un orden elevado de ideas, enseñan a los niños la armonía y  el ritmo de la vida, la evolución de los hechos humanos, sujetos  a leyes de tan exacta aplicación como las mismas leyes  cosmológicas; tal ocurre con las que se refieren a la mortalidad,  a la morbilidad, a la natalidad y a los demás fenómenos  demográficos sujetos a estadística, cuyo estudio sirve de fundamento  a la arquitectura de los seguros sociales. En la esfera  de las relaciones morales, adoctrinan a los niños en las normas de la fraternidad social, explicándoles cómo el riesgo que se cierne sobre todos ellos, y en forma de siniestro hiere  a algunos, debe ser por todos soportado como una obligación  colectiva, tomando cada uno en él la parte que le  corresponda.

La familia en el país vasco
En ninguna parte mejor que en esta tierra vasca se puede  comprender la necesidad de conservar a los hombres unidos  al hogar, y mucho más cuando, como ahora ocurre,  las modalidades de la vida moderna parece que conspiran para destruirlo. Ninguna comarca supera a esta de Vasconia  en el amor intenso al hogar, porque ninguna la excede en su  amor a la tradición, gran aglutinante histórico, del que sabiamente ha dicho un insigne pensador, el Sr. Torras y Bages,  •que «es una solidaridad inmensa, una transmisión y comunicación  de vida entre los hombres pasados, presentes y futuros  que viven en un país». El hogar doméstico tiene su arquetipo,  y como su modelo ejemplar, en el caserío vascongado, que subsiste a través de los siglos, no obstante los avances  del urbanismo, con el que se tiende a extinguir los campos  y hacer de todo el mundo una gran ciudad. El caserío es el verdadero templo de la familia: en él perdura la vida patriarcal,  con todas sus bellezas, fuerzas y virtudes, ungida por la Religión, realzada por la honestidad de la mujer, enriquecida  por el trabajo de todos y dignificada por el respeto a las sanas  libertades individuales y políticas. Parece que la propia
Naturaleza ha querido enaltecerle, esparciendo por estos valles los tesoros de su perennal hermosura: los mismos animales, aquellos a los que San Francisco llamaba hermanos (y  realmente lo son, como hijos del mismo Padre universal y  coadyuvantes, con el hombre, a la armonía del mundo presente),  son, en cierto modo, individuos de esta familia, que por  algo se les denomina domésticos, en tal forma, que sin ellos la familia no podría vivir. Todo este conjunto de cosas buenas,  de seres altos o humildes, de pensamientos y de acciones, de recuerdos, de realidades y de esperanzas, de dulces efluvios  espirituales y de recias energías físicas, contribuyen al sostén  de la familia, haciendo de su hogar un sagrado recinto donde  se rinde culto a la virtud.
Pues he aquí que al hombre que creó y sostuvo este hogar  en una larga vida de fecundo trabajo; al que supo conservar  en fertilidad perenne estas praderas de esmeralda y estos  árboles de doradas pomas, ubérrimas como las del jardín de  las Hespérides; al que sujetó a las bestias y animales de toda  especie, amansándoles y haciéndoles producir riqueza; al que  tal vez formó en esa milicia foral que mantiene el orden, la paz y el respeto ciudadano en el Señorío, o se lanzó al mar  emulando las hazañas de los grandes nautas de los siglos pretéritos; al que supo formar una generación de hombres honrados  y laboriosos como él, que perpetúan las excelencias de  la raza..., a este se le arrebata su hogar, recluyéndole en un  asilo. ¿Por qué? Por ser viejo, por haber agotado sus fuerzas  en una vida de producción, contribuyendo al bien público y creando riqueza para todos.  
Y, sin embargo, no siempre es el anciano un inútil estorbo  en el hogar doméstico: mientras el hombre conserve una  chispa de luz en el entendimiento y un grado de calor en et corazón, podrá ser útil a sus semejantes: los músculos son cosa secundaria. La experiencia de todos los días nos demuestra  cuán provechosa es la presencia de los ancianos en las casas  de sus hijos o nietos, donde prestan multitud de pequeños servicios, ocupando sus largas horas en menesteres no siempre  desprovistos de provecho. Ya la sola compañía del anciano  con los niños, a quienes educa y entretiene, relatándoles  cuentos y adoctrinándoles con los frutos de su experiencia, es  un beneficio que la gente joven nunca podrá agradecer bastante.
La presencia del anciano afirma el centro de gravedad  del hogar doméstico y da a la vida familiar un ritmo de  orden, de serenidad y de cordura. En otro linaje de actividad,  notorio es que hay multitud de operaciones domésticas, de leve esfuerzo físico, no desproporcionadas a la capacidad productora  de los viejos ni disconformes con las deferencias cariñosas  que les son debidas. Todo esto lo saben muy bien los buenos hijos, que procuran con su amor hacer menos tristes los días, no siempre  alegres, de la ancianidad.
Y ahora, para terminar, volvamos a nuestros viejecitos.  En su honor celebramos esta hermosa fiesta..., en su honor  y en el de los viejecitos de mañana, que seréis vosotros los que ahora cruzáis entre flores la senda de la vida. Respetad y  amad a los viejos,  recordando aquel bello cantar del poeta de las Encartaciones:

A la sombra de una encina
duerme un anciano la siesta:
no turbéis su dulce sueño,
pájaros de la arboleda.


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