martes, 28 de enero de 2014

CUALIDADES QUE DEBE POSEER UN MAESTRO DE PRIMERA ENSEÑANZA (1860)




 

Se expone un resumen sobre las cualidades que ha poseer el futuro maestro, tanto en el aspecto moral, social y físico.

Los autores son Valentín Zabala Argote (inspector electo de primera enseñanza) y Julián López Catalán (maestro superior de Zaragoza).

El escrito data de 1860.

 

Más adelante, en otras intervenciones en este BLOG, seguiré profundizando en las sorprendentes teorías pedagógicas de Valentín Zabala. Tal vez su figura ha pasado desapercibida en el panorama docente, sin embargo, merece la pena leer sus escritos, que nos han llegado gracias al interés y entusiasmo de su amigo Julián López

 

De la conducta y laboriosidad del pro­fesorado de primera enseñanza depende en su mayor parte la felicidad ó desgracia de las generaciones pre­sentes y de las venideras. Penétrense, pues, los maes­tros de su cometido, y reflexionen sobre la trascendental mision que está á su cargo. Los padres de familia les hacen depositarios de las joyas mas preciosas que po­seen, y si para fiar á una persona cualquiera un ob­jeto de poco valor se le exigen garantías, con mas ra­zon deben exigirse al hombre, á quien se le encarga cuanto hay en este mundo mas caro para las fami­lias; los objetos de su mayor cariño, las prendas de su mayor estima. La sociedad entera se confia á los maestros de la niñez, á su discrecion entrega los nuevos vástagos que mas adelante han de sustentarla y nutrirla con sus frutos . Agréguese á esto que la mision del profesor es no solo trabajar en bien de la sociedad, sino en bien del individuo, y nos convence­remos de las bellas circunstancias con que debe contar un encargado de la educador] si ha de cumplir dig - namente con su deber.

 

Al que tenga la dicha de poseer todos los recursos propios que son necesarios á este objeto, y haga buen uso de ellos en la educacion, ha de serle muy lleva­dero su trabajo, porque sobre ser amado de los ni­ños, recaerán tambien sobre él las bendiciones de los padres. Por el contrario, el que carece de dichos recursos ó, si los posee, no los utiliza oportunamente, sobre pasar una vida trabajosa y ser rechazado por los discípulos, no alcanzará proteccion entre los hom­bres, y merecerá la reprobacion social. De aquí la ne­cesidad en que están los maestros de primera ense­ñanza de meditar mucho sobre lo trascendental de sus deberes, para prepararse á su exacto cumplimiento. Con este objeto, vamos á exponer las dotes con que deben contar para que puedan llenar dignamente su delicado co­metido.

 

Son de tres clases, segun que se refieran al hom­bre físico , intelectual ó moral; y como estas las con­siderarnos las mas importantes, hablaremos primero de las circunstancias morales, siguiendo con las intelec­tuales y concluyendo con las físicas.

 

Para que un hombre trabaje, no ya contento y go­zoso, pero aun con entusiasmo en las faenas y ocu­paciones á que se dedique, es indispensable que, ante todo, sea guiado por una voluntad dócil á la razon, y decidida á no cejar en su propósito. Aun asi, los obstáculos con que tropiece le arredrarán é incitarán á abandonarla; y muy señaladamente, si los resulta­dos que alcance no corresponden á sus esperanzas.

 

Los maestros, durante el curso de su vida, siempre hallarán en el desempeño de su cometido tareas pesa­das y sinsabores continuos; pero los buenos encolara_ rán su premio y recompensa en la satisfaccion de ha­ber cumplido con su deber y en las bendiciones de los que hayan educado.

 

El que abrace esta profesion para especular, el que entrevén en ella un brillante porvenir, recibirá indu­dablemente amargos desengaños , pues sin bajar á la extrema pobreza, no pasará tampoco de ocupar una posicion sobradamente humilde. De lo dicho debemos deducir que las mas nobles circunstancias que deben adornar á un profesor, son: un grande entusiasmo, un celo ardiente , un desinterés sin límites, y un irresistible deseo de hacer bien á sus semejantes.

 

Claro está que no debe tampoco prescindir abso­lutamente de una recompensa que le proporcione lo preciso para vivir con cierta decencia y desahogo, ne­cesarios para procurarle estima entre sus semejantes; pero no debe ser este el principal aliciente que le mueva al trabajo, sino una probada fortaleza y una decidida vo­cacion á hacer el bien, circunstancias ambas propias para abrazar una profesion tan penosa como humilde. Si no se considera con estas dotes, con estas preciosas cualidades; si conoce que no vale para luchar con el carácter de los niños, es decir, con la impertinencia, la ignorancia y los malos hábitos, ni con las ridicu­leces, preocupaciones y exigencias de algunos padres; si, estudiándose á si mismo, no se halla con la sufi­ciente resolucion y energía para salir airoso en tan delicado cometido, elija otra profesion ú oficio, explo­te otro modo de vivir, en el que, sobre poder con­seguir una posicion mas holgada, aunque no mas no­ble, vivirá mas contento y podrá ser acaso mas útil á la sociedad. Y no se crea que ese entusiasmo y buen deseo se necesitan tan solo para arrostrar los penosos trabajos inherentes al magisterio y para contentarse  con las pocas utilidades que proporciona, sino tam­bien para seguir con rumbo fijo la estrechísima senda que le marcan sus obligaciones.

Tan penosa es la vida de un profesor, que parece increible pueda un hom­bre soportarla. Necesita tal cumulo de principios, lleva consigo tal linage de privaciones, que solo una pro­funda conviccion del bien que está llamado á prestar podrá sostenerle dignamente en su ministerio.

El maestro tiene que separarse de la línea que siguen la mayor parte de los hombres. Todas sus acciones deben llevar el sello de la moral mas pura y de la mas sincera religiosidad, procurando que nada le falte de cuantas bellas cualidades son propias de un hombre de bien; pues, si mal mirada es la inmora­lidad é indiferentismo religioso en un individuo cual­quiera, con mayor razon lo será en aquellos que es­tán encargados de la educacion.

El maestro ha de poseer el corazon mas noble y sin­cero, las creencias mas puras y la virtud mas acriso­lada; puesto que sin estas hermosas prendas serian inútiles todos sus esfuerzos. El tiene que fomentar la caridad, ó el amor á Dios y al prójimo; tiene que sem­brar la virtud y desterrar el vicio, y en manera al­guna no lo podrá conseguir sin sancionar sus consejos por medio del ejemplo.

El enemigo capital de la caridad es el egoismo, asi como la traicion lo es de la lealtad; la hipocresía de la sinceridad; la sensualidad de la pureza, y el vicio, én ge­neral, de la virtud. El hombre perverso no desea el bien de los virtuosos, antes por el contrario los detesta porque no siguen sus criminales huellas.

Ahora bien, si un en­cargado de la educacion no fuese virtuoso ¿podría tra­bajar con el interés que es indispensable, para ir gra­bando en el ánimo de sus discípulos los principios que él desprecia ó por lo menos mira con indiferencia? ¿Es posible que se desvele por inculcar ideas contra­rias á sus convicciones? La hipocresía está sujeta á muy estrechos limites: todo cuanto oculta bajo su su­til velo se deja entrever al manifestar ideas contrarias á sus prácticas. Cuando un hombre no hace lo que su conciencia le dicta, parece que el corazon le pregunta irritado: ¿por qué mientes? Estas sensaciones internas que son el signo de reprobacion de tan fatal conducta, no siempre se pueden ocultar, y en ciertas ocasiones, por mas cuidado que se tenga, se escapa alguna pa­labra ó alguna accion que dá al traste con los recursos que se han puesto en juego para ocultar los defectos de que se adolece: asi los niños, aunque amonestados por el hipócrita, seducidos por el ejemplo, se pervier­ten y continuan en sus malas inclinaciones.

 

Queda, pues, probado que sin una sincera y acendrada virtud es di­ficil conseguir resultados en la educacion. No queremos decir que los maestros sean santos; semejante deseo, aunque laudable, seria una quimera; el maestro tendrá como la generalidad defectos propios de su tempera­mento y de sus pasiones; pero si se estudia á si mismo con el generoso intento de conocer sus malas inclina­ciones y vencerlas, si este propósito es llevado á cabo con algun mediano éxito y no ceja en tan recomen­dable senda, se hallará precisamente en las condiciones que exigimos, porque, como dice un escritor ale­man, solo Dios es perfecto y de una vez.

Por bien organizada que se encuentre una escuela no dejarán de encontrarse en ella algunos niños dís­colos, tercos y aun mal intencionados, que, sometiendo á prueba el carácter del profesor, le incomoden y le pongan en el duro trance de castigarlos. En estos ca­sos es cuando el maestro debe usar de prudencia, para elegir los medios mas oportunos á fin de no compro­meter su reputacion ante toda la escuela. El irritarse y el dar á entender falta de serenidad, sobre contri­buir á poner en relieve sus defectos ante los educan­dos, puede con estos excederse en el castigo y sufrir despues las consecuencias que puedan sobrevenir. El hombre de genio pronto é irascible no puede conte­nerse en el momento en que se le incomoda, y tal vez, poseyendo un corazon sensible, se ve comprometido sin pensarlo á sufrir los efectos de su carácter. El que tenga esta falta no vale para maestro si no está so­bre si y procura adquirir la preciosa virtud de la pa­ciencia. Si, la paciencia, este precioso tesoro que debe poseer el hombre, para saberse contener en el mo­mento de una impresion desagradable, es indispensa­ble al maestro para que todos sus actos lleven el sello de la justicia y de la prudencia.

Procure convencer á sus discípulos de que nun­ca, por mas faltas que cometan , tiene resentimiento personal contra ellos , de que nunca les castiga con impremeditacion y menos por capricho, y de que si alguna vez impone algun castigo, es únicamente más por que han faltado al deber y porque les sirva de correctivo. Esta idea que enaltece ante los niños la justicia y que dá un realce paternal á la autoridad del maestro, se graba en ellos haciendo uso de la pa­ciencia y perdonando las ofensas en que el maestro fuese el agraviado.

 

Pero tampoco debe convertirse la paciencia en debilidad, porque, conociéndolo muy pronto los niños y abu­sando de la falta de firmeza del profesor, le faltarían abiertamente á la disciplina, y le serian poco menos que inútiles todas las demas dotes que pudiera ate­sorar. Debe, pues, el maestro poseer un carácter grave que no adolezca de irritable ni de débil, que se retrate en él siempre la bondad para captarse el amor de los niños; pero que nunca por debilidad deje pasar una falta, sino que la castigue en todos los casos segun su importancia, dando á entender á la vez el senti­miento que le causa el tener que hacer uso de un me­dio que repugna á un ser racional. El maestro debe aparecer ante los niños á la vez que corno un pa­dre cariñoso, como un respetable juez que siempre está dispuesto á corregir y aun á castigar todos los des­manes que se cometan. Afable y contemplativo para con los buenos, risueño é insinuante para con los que se cor­rigen, grave y severo para con los malos, y, segun los casos, amable para con todos.

 

Un profesor que reuna estas circunstancias, bien pue­de encargarse de una escuela sin temer un mal re­sultado bajo el punto de vista moral; pero no es esto solo lo que se exige; es preciso tambien infundir la moralidad con el ejemplo , conocer el corazon de los niños y procurársela ; preveer las causas capaces de frustrar sus esperanzas , y contar con recursos efica­ces y apropiados á las mil y mil circunstancias en que se le presentan el entendimiento y la voluntad de los niños: estar persuadido del buen resultado probable de sus medios de disciplina, y no solo saber desar­rollar las facultades de los discípulos sino tambien enriquecerlas con conocimientos positivos: en una pa­labra , el profesor tiene necesidad de ser instruido ade­más de ser eminentemente moral.

 

Una instruccion especial es indispensable á todo maestro para poder llenar cual corresponde su de­ber, que no es solo procurar por la felicidad eterna que aguarda al hombre virtuoso: éste ha nacido tam­bien para vivir en sociedad y por consiguiente tiene derechos que respetar y deberes que cumplir : es ne­cesario, pues, enseñarle á dirigirse por el laberinto de esta vida, sin perder su norte, su rumbo primordial, es preciso para educarle, instruirle , y por eso se hace indispensable en el encargado de tan delicada tarea, no tan solo una conciencia recta, sino una razon ilustrada y una competente instruccion, que á la vez debe saber comunicar.

 Un maestro, in­telectualmente hablando: ya dijimos que no le queríamos ni le necesitábamos ; no hay por que desear que sea un portento de ilustracion, ni es preciso que penetre los arcanos de las ciencias; pero sí le es indispensable saber algo mas de lo que ha de enseñar y tener las necesarias dotes para acomodar la instruccion á la capacidad de sus educandos.

 

No todos los que poseen muchos conocimientos sa­ben enseñar. Esto requiere cierto tino particular, re­quiere un estudio razonado para enterarse de las di­ficultades que encierra la enseñanza y hacerla en lo posible fácil de adquirir: necesita el profesor conocer la esencia de la materia que explique y las facultades que mas trabajan en su comprension, á fin de expo­nerla con un acertado método que se acomode á los di­versos modos de ser de la inteligencia, y sobre todo al desarrollo y cultura de la razon ; necesita estudiar los diversos procedimientos que mejor pueden amol­darse á la enseñanza, elegir los métodos mas adecua­dos á las tiernas inteligencias y saber sostener aquel ascendiente tan indispensable al buen régimen. escolar. Y todo esto; no lo conseguirá, seguramente, si sus conocimientos son escasos: creer otra cosa sería un error de graves consecuencias, y aunque no hay que temerlo porque las Escuelas Normales inician al maestro en todo lo que necesita, no debe este hacerse la ilusion de estar suficientemente preparado por sola la circuns­tancia de haber obtenido el titulo. No faltan, por des­gracia, profesores que abandonan el estudio despues que salen de las Escuelas Normales , por cuya causa estamos seguros de que han de sentir tristes conse­cuencias; pues, ni podrán dar resultados satisfactorios en los cargos que se les confien, ni prosperar en su car­rera, natural y justa aspiracion del hombre laborioso.

 

El profesor celosoy entusiasta, despues de conseguir del gobierno de S. M., con el titulo, la preciosa pre­rogativa de educar la juventud, tiene un gran compromiso de conciencia en mejorar constantemente sus conocimientos, dedicándose á lecturas provechosas que alimenten su espíritu con sanas doctrinas y lo puri­fiquen con saludables verdades. Sobre todo tiene ex­trema necesidad de dedicarse á estudios prácticos sobre la manera de educar, sobre el modo de instruir, y délo aquí al frente de sus mas importantes estudios, los pedagógicos. Y en electo, sin esta preparacion ¿le será dado al pedagogo teórico conocer los variados tem­peramentos de los niños, los efectos que haya podido producir en ellos la educacion doméstica, los síntomas con que se presentan sus viciados sentimientos, y los diversos medios que debe emplear para corregírselos y someterlos á un régimen general sin que ninguno se perjudique?....Un maestro ansioso de cumplir exac­tamente con su deber , observa los defectos de los niños, prueba los medios que le parecen mas opor­tunos para corregirlos, está á, la espectativa de los resultados que producen , los modifica en muchas ocasiones, y en no pocas los varía por completo. Si­guiendo esta conducta, estudiando con detenimiento las obras pedagógicas y sacando todo el partido po­sible de las aplicaciones teóricas, puede sobresalir entre la generalidad de sus comprofesores y ser útil y digno miembro del noble magisterio de primera enseñanza.

 

Los estudios literarios no son menos indispensables al profesor después de haber terminado su carrera, pues sin ellos en vano se afanará por buscar medios de instruir y educar. El maestro debe ser muy reflexivo y decididamente estudioso. Muchos hay, y no son pocos los que conocemos, que tienen una marcada superioridad de conocimientos con relacion á los que poseian al terminar su carrera ; pero tampoco duda­mos que habrá otros, que siendo muy aventajados, ha­brán perdido lastimosamente y no parecerán los mis­mos. El resultado que dén unos y otros fácilmente se concibe.

 

En las Escuelas Normales solo se enseñan los rudi­mientos de las ciencias, y aunque estos bastan para enseñar á los niños, el poco tiempo en que aquellos tienen que adquirirse y la escasa preparacion que se exige á los alumnos para ingresar en dichos estable­cimientos, son suficiente causa para que no se com­prendan con claridad. Al terminar un alumno su car­rera, se encuentra con ideas y conocimientos, pero no tan claros como es necesario ; y si despues descuida el estudio , puede asegurarse que se incapacita para la profesion. Es preciso desengañarse; en las Escuelas Normales se enseña á estudiar, se exponen las ven­tajas del estudio, se dan los primeros pasos, se pone el cimiento de la noble profesion del magisterio y se presentan los medios de completar la obra; pero en manera alguna es esto bastante. Ténganlo presente los profesores si aman la carrera que han abrazado y no quieren cargar con una inmensa responsabilidad ante Dios y ante los hombres.

 

Pero no son suficientes las circunstancias que he­mos enumerado, sin embargo de ser muchas y difíci­les de poseer, para que un profesor pueda llenar debidamente su cometido. En efecto, su vida es una ca­dena no interrumpida de trabajos y penalidades , que comienza con el primer dia de su carrera y termina en el sepulcro; por tanto, si quiere soportar los dis­gustos que son consiguientes y hacer mas llevadera su trabajosa profesion , es preciso que esté adornado de buenas dotes corporales. Son tan árduas y tan con­tinuadas sus tareas, que no solamente necesita buenas circunstancias morales é intelectuales, sino tambien un físico vigoroso y poco predispuesto á enfermedades. Na­die duda de la influencia directa que ejerce la salud en nuestros trabajos; nadie habrá que crea que una per­sona enfermiza, achaquienta ó valetudinaria se halle dispuesta á arrostrar tareas continuas y pesadas , y mucho menos las que lleva consigo la educacion de la niñez.

 

Mas no es esto solo lo que físicamente imposibi­lita á un profesor para el trabajo, sino tambien los defectos de conformacion. La falta de buena vista, la sordera y la deformidad de algunos de los miem­bros, dan lugar por necesidad á la indisciplina esco­lar con sus perniciosas consecuencias. La falta de vis­ta contribuye á que los niños abusen por la seguri­dad que tienen de no ser apercibidos; en un principio pueden ser leves los desmanes que se cometan, pero van tomando incremento poco á poco hasta que la escue­la casi se entrega por completo al desórden, despre­ciando los demas medios disciplinarios. En estos ca­sos sucede, por lo regular, que se vale el profesor de los premios y castigos como de un medio supletorio ásu defecto, y el resultado no puede dar lugar mas que á disgustos con las familias, á quejas de las autorida­des, y al desprestigio dentro y fuera de la escuela. Lo mismo pudiéramos probar la necesidad del oído; pero como nadie puede poner en duda su importan­cia, en un maestro especialmente, no nos estendere­mos en este punto.

 

Tambien es un defecto de mal resultado la deformidad de algunos de los principales órganos, como la esce­siva cojera, por ejemplo, que expone al profesor á ser el blanco de las burlas y risas de los niños, con grave perjuicio de la educacion. Estos son muy propensos á imitar y no es dificil verlos en la calle , y aun al­guna vez en la escuela , ridiculizando el defecto del profesor con gesticulaciones y con apodos estrava­gantes.

Por eso el gobierno de S. M. en su reglamento de Escuelas Normales no permite cursar en ellas a los que se hallen en casos de esta naturaleza; y ojalá se ob­servase esta disposicion con mas escrupulosidad de lo que se hace.

 

Hasta ahora solo hemos hablado del maestro consi­derado en la escuela. Veámosle corno individuo de la sociedad, y aunque lo haremos ligeramente, no quere­rnos dispensarnos de hacer algunas indicaciones.

Tambien los deberes que el maestro tiene en socie­dad influyen grandemente en el resultado de las es­cuelas. Y no puede menos de ser asi; porque sabida la relacion tan intima que une á padres y á hijos, na­turalmente se concibe que las afecciones de aquellos han de reflejarse en estos. Si el maestro no conociese al hombre social; si nó concibiese los deberes que le ligan con sus semejantes,  si nó poseyese el suficiente genio para po­nerlos en práctica, de seguro le tendrian en mal con­cepto. Los niños oirian en sus casas hablar mal de su maestro, desconfiarian desde luego de él, y se perdería aquella armonía que debe haber entre el maestro y sus discípulos, entre aquel y los padres de familia.

Damos ya por terminada esta materia, y nos per­suadimos de que, aunque no nos hemos detenido tanto corno hubiéramos deseado, ha de servir a los maes­tros para que se penetren de los importantes recursos con que tienen que contar y de la gran trascendencia de sus deberes. Sería útil que estudiasen este punto antes de comenzar la carrera; pero ya que asi no sea, háganlo despues y procuren su perfeccionamiento: solo de este modo podrán adquirir influencia moral y vivir en medio de sus penalidades tranquilos con su con­ciencia.