lunes, 26 de noviembre de 2018

VIEJOS Y NIÑOS: Álvaro López Núñez (1925)


VIEJOS Y NIÑOS: Discurso leído por D. Álvaro López Núñez  (1925)

Francisco Trancón Pérez

Álvaro  López Núñez (1865-1936). Natural de la Bañeza (León), fue diputado en Cortes entre 1927 y 1930 y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Junto con José Maluquer i Salvador  (abogado, profesor universitario, gestor de seguros sociales) y José Marvá i Mayer, (ingeniero y militar) fundaron el Instituto Nacional de Previsión.
López Núñez intentó mejorar a los  desvalidos, marginados, ancianos, niños y disminuidos. Trató de reemplazar la hasta entonces única política social de beneficencia así como censurar  las tesis revolucionarias de corte marxista sobre este tema.
 El Diario de León (20/12/2008), profundizando sobre la figura de Don Álvaro dice que  entendía  “por justicia social la armonía entre las partes, no el triunfo por medios violentos de la clase proletaria sobre la patronal, pues con ello no se haría sino revertir la injusticia. Si, como consecuencia de la lucha de clases, ha de haber un vencedor que impone su voluntad al vencido, ¿para qué, entonces, promulgar leyes y normas de convivencia, de amor fraternal entre los hombres? Confiaba, desde su idealismo optimista cristiano, en el diálogo social, donde todas las piezas deberían coordinarse como colaboran en el funcionamiento de un reloj.”
Las críticas reiteradas en distintos medios que hizo sobre el frente popular, haber desempeñado un cargo en el Ministerio de Trabajo, su acendrada confesionalidad religiosa y otros muchos factores, fueron determinantes para granjearse el odio de la izquierda más radical. El  29 de septiembre de 1936, Álvaro López Núñez, de 71 años de edad, fue conducido junto a su hija Esther a la checa del número 9 de la calle Fomento de Madrid. Al día siguiente aparecieron fusilados.
Esta breve referencia nos acerca a la figura de D. Álvaro, analizando a continuación el contenido de un  interesante tema sobre cómo entendía  la previsión social. 
Para ello tomamos como referencia la publicación “Viejos y niños” editada por el Instituto Nacional de Previsión (1925).
El contenido es un discurso leído en la solemne fiesta del Certamen pedagógico-social, celebrado en   Guernica  (Vizcaya) el día 20 de septiembre de 1925, con motivo de ensalzar un  acontecimiento sobre Previsión social, en el que intervienen niños y  mayores.
Don Álvaro se preocupa de  estos dos colectivos solidarizados entre sí de tal modo que  coincide con aquella antigua sentencia  que indica que “la vejez más robusta fue antes la juventud más arreglada”
Los ancianos reciben unas libretas con sus ahorros por lo que  se les reconoce una modesta pensión para todos los días que les restan de vida, subrayando  “que  con ser muy apreciable este beneficio económico, lo es mucho más el de respeto y veneración que ahora les consagra este pueblo, en nombre de todo el país”. En este acto público testimonia   el abandono en el  que se hallan muchos ancianos, y que es un  firme deseo  del Instituto Nacional de Previsión evitar esta situación, para tiempos venideros.
Dignifica el carácter social de la Previsión estableciendo este símil comparativo “la avaricia es un pecado capital, mientras que  la Previsión, es una nobilísima virtud”. Para López Núñez, el avaro atesora para sí propio, poniendo en su personal conveniencia el fin de sus economías; mientras que el hombre previsor, con un sano concepto de la moral social, atesora para sí mismo y para los demás, y  califica al avaro “como una nota discordante en la armonía social”.
Arremete contra la sociedad, señalando  que ha sido ingrata   para con los viejos, correspondiendo con un cruel abandono a los beneficios que de ellos abundantemente ha recibido. Cita a  Alfonso el Sabio que  aludiendo a los ingratos en una de las leyes de la IV Partida  dice que la ingratitud “es una de las grandes maldades que ome puede fazer”.
Continúa -refiriéndose a los mayores- que “estos hombres que hoy vegetan tristes en los asilos, esperando y ansiando la muerte liberadora, o estos otros que, con el cayado y la alforja del  peregrino, se arrastran solitarios y errabundos, por las carreteras, pidiendo limosna a los transeúntes, o aquellos, más merecedores de compasión, que comen el pan amargo en un hogar donde no se les ama, son los que, con la luz de su mente y la fuerza de su voluntad, han contribuido a formar los bienes que hoy gozamos”,
Con relación a los asilos expone “es el mayor enemigo del hogar y de la familia; y así como el hombre, por pobre y humilde que sea, se cree rey en su pobre choza, de igual modo se siente esclavo en el asilo, aunque le rodeen bronces y mármoles”.
Como un mal menor admite  el asilo en  los ancianos; pero mal, al fin, y no pequeño, porque en estas instituciones de beneficencia no suelen dar amparo al calor de los afectos familiares; “por muy buenas  que sean  las personas que las dirigen, es imposible sustraerlas a una cierta rutina y automatismo incompatibles con la solidaridad humana”
 El dolor, en los asilos, manifiesta que es disciplinado y sujeto a reglamento, como en una especie de milicia, donde en favor de las ordenanzas y de la convivencia  regular de los residentes en estos centros, “se sacrifican y se sofocan los más dulces afectos del ánimo”.
Reconoce  progresos sociales en materia de beneficencia o de asistencia pública, en cuanto a la  mejora de los métodos, aplicando en determinadas circunstancias tratamientos individualizados.
Con referencia al sentimiento de soledad del anciano, López Núñez cita a Concepción Arenal, recordando que el dolor es como un amigo triste que ha de acompañarnos en el camino de la vida. No podemos extinguir el dolor, pero sí reducir la zona de su imperio, limitándola a esta esfera de tonicidad individual que se considera útil y aun necesaria.
Dignifica la presencia del anciano, afirmando que es  el centro de gravedad en  el hogar familiar “imprimiendo un ritmo de orden, serenidad y cordura”.
Otra parte  fundamental de su discurso aborda la educación primaria, efectuando unas reflexiones muy acertadas y descriptivas “la escuela   era como un recogimiento espiritual apartado del cauce de la vida corriente, donde un maestro, desconocido y  menospreciado por los ciudadanos, transmitía, por medios violentos, en un local triste y antipático, ideas abstractas cuya utilidad no alcanzaban a comprender los niños, ni acaso el mismo  maestro tampoco”
Ironiza afirmando que “de cuando en cuando se abría aquel recinto hermético para que entrasen en él, no las auras refrigerantes y fecundas de la vida social, sino las autoridades y las familias de los discípulos, ante las cuales aquellos niños repetían inconscientemente  cosas ignotas que habían aprendido, que producían asombro a los que las escuchaban, porque, de ordinario, eran para ellos ininteligibles y peregrinas”.
Sugiere la consecución de unos valores sociales, religiosos, morales, en la escuela, anticipándose a las nuevas tendencias de la actual enseñanza: “Hoy ha cambiado del todo el aspecto de estas cosas, y la escuela, como la vida, es sustancialmente social. Sin desdeñar todas aquellas enseñanzas que tiendan a dar eficacia a las fuerzas individuales y a ennoblecer y hermosear el espíritu”.
Hace especial referencia  a los Cotos escolares., que no son otra cosa que una organización del trabajo en común, que realizan los niños, aplicando sus productos a fines de previsión.  Joaquín Costa (perteneció a la Institución Libre de Enseñanza) desarrolló esta idea (Véase “Colectivismo agrario en España”, 1898. Reeditado por la editorial Guara en 1983). Estos principios fueron aplicados a la escuela por iniciativa  de José  Maluquer i Salvador.
Los cotos tienen carácter agrícola y forestal. Los niños de la escuela, bajo la dirección de sus maestros o de personas expertas en estas materias, cultivan pequeños lotes de terreno, convirtiéndolos en huertas y jardines o destinándolos a la repoblación de árboles.
Las Mutualidades escolares  constituyeron una de las instituciones complementarias de la escuela más importantes, desarrolladas  a través del Instituto Nacional de Previsión, a partir de  los esfuerzos de Álvaro López Núñez y otros importantes colaboradores.

El real decreto de 7 de julio de 1911, dicta normas para la incorporación de las Mutualidades escolares en el Instituto Nacional de Previsión.
Según el citado decreto las Mutualidades escolares tienen por objeto “fomentar en los niños la virtud del ahorro, constituir dotes infantiles y la formación de pensiones de retiro a capital cedido o reservado”.
Las bonificaciones a que tienen derecho los escolares mutualistas se determinaron por real orden de 16 de diciembre se ese año.
A partir de la publicación se constituyó una comisión para redactar  unas “Nociones de mutualidad escolar”.
El trabajo de dicha comisión estuvo presidido por el Director general de primera enseñanza (Rafael Altamira) y aprobado por la real orden de 1 de abril de 1912.
El real decreto de 7 de julio de 1911 establecía en el artículo 7º la creación de la Comisión Nacional de Mutualidad Escolar, presidida por el Director general de primera enseñanza.
Para estimular la constitución de mutualidades escolares dispuso el Reglamento de las organizaciones sociales que favorecían dichas mutualidades la creación de una medalla (11 de mayo de 1912, artículo 34). Esta propuesta fue puesta en práctica mediante la promulgación de la real orden de 26 de marzo de 1915, disponiendo se premie a los propagandistas, fundadores y donantes de las mutualidades escolares con medalla de oro, plata y cobre, según sus merecimientos.
Los modelos de documentos para la fundación de mutualidades fueron aprobados por real orden de 5 de agosto de 1912.
Las libretas de dotes infantiles creadas por el Instituto Nacional de Previsión era abonado su importe al beneficiario al cumplir éste 25 años.
El número de mutualidades escolares de aquella época   se acercó a 6.000.
Sobre el valor educativo de la mutualidad escolar, Ezequiel Solana (1911) indica: “Si es importante la Mutualidad escolar desde el punto de vista económico, ha de reconocerse que no es menos importante su virtud educadora.
El niño que cada lunes deposita en manos del maestro sus diez céntimos semanales, cinco como medida de previsión para su pensión o seguro en la vejez, y cinco como prueba de generosidad, de ayuda mutua, que se convertirá en socorro de enfermedad para uno de los mutualistas, se somete a una disciplina a la vez moral y social que la enseñanza del mejor maestro no podía igualar. El ingreso de la cuota semanal es para el niño una verdadera lección de cosas que no tiene semejante en el mejor discurso.”

Se debe  en gran parte la labor de cotos y mutualidades escolares al esfuerzo de docentes de las  escuelas, que desde el primer momento de la implantación del régimen previsor en la infancia, comprendieron la importancia de esta  práctica  y se aplicaron a ella con entusiasmo.

Finaliza el discurso con estas frases
“Y ahora, para terminar, volvamos a nuestros viejecitos,  los viejecitos de mañana, que seréis vosotros los que ahora cruzáis entre flores la senda de la vida. Respetad y amad a los viejos, recordando aquel bello cantar del poeta de  las Encartaciones (zona geográfica de Vizcaya)”
A la sombra de una encina
duerme un anciano la siesta:
no turbéis su dulce sueño,
pájaros de la arboleda.