sábado, 22 de febrero de 2014

LA MAESTRA, FIGURA SÍMBOLO DE LA RELACIÓN ENTRE ESCUELA Y HOGAR por ÁFRICA RAMÍREZ de ARELLANO (Cursillo pedagógico, León, 1926)



Trascripción de la conferencia dictada por Doña ÁFRICA RAMÍREZ DE ARELLANO en un cursillo pedagógico en León (1926).

 Esta intervención, como la anterior llevada a cabo por FAUSTINA ÁLVAREZ (inspectora de educación de León) en agosto de 1926, cuyo contenido lo hemos publicado en este BLOG, son testimonio de la inquietud renovadora y progresista que se observa en esta provincia.
(F. Trancón)


“Mi digno Jefe, el Inspector de Álava, al empezar ayer su bien orientado trabajo, quiso preparar vuestro ánimo para que recibierais el mío, en trance de ver defraudadas las esperanzas que en mi modesta actuación hubierais puesto. Lo mejor que traigo de lava, es la más entusiasta adhesión de su Magisterio a estos actos y el más cariñoso saludo de sus maestros a todos los hermanos aquí congregados. Y antes de empezar, quiero hacer público tributo de gratitud a la ilustre Directora de la Normal de Valladolid, mi antigua y querida Profesora, que, sacrificando sagrados intereses familiares, quiere honrara la más insignificante de sus discípulas, asistiendo a este acto. En ella rindo homenaje de agradecimiento a aquella Escuela querida, a la que debo mi formación profesional, mi vocación y mis entusiasmos por la misión del Magisterio.

Sólo por una benevolencia de las que caracterizan a D. José María Vicente, ilustre organizador de este Cursillo, tengo la honra de tomar parte activa en él, dirigiendo la palabra a dignísimas autoridades y estimados compañeros, que son, por Dios, merecedores de mejor suerte que la que tienen oyéndome a mi; pero a los que yo, por adelantado, pido disculpa; y sean parte a eximirme de la pena a que me condenen, de un lado, el imperativo ineludible que me impulsa a obrar; y de otro, que si no aporto, con mi trabajo, ni un grano de arena en contribución a la magna obra que de estos actos puede surgir, más será por sobra de incompetencia que por falta de voluntad. La mía, para las cosas que a la escuela se refieren y con la enseñanza se relacionan, es muy grande .Y siendo mujer y maestra, ¿de qué cosa mejor y que más me atañe podría hablaros, que de la misión de la maestra, cuando por serlo más se agudizan sus caracteres de mujer? Quiero, pues, hablaros de la misión de la mujer-maestra como lazo que une la Escuela con la casa; es decir, cuando sin olvidarse de sus tareas de instructora, la mujer-maestra extiende su acción fuera de la Escuela y adelanta sus brazos para tomar los de la mujer madre, y formando ambas una cadena sin fin consiguen que la Escuela y el Hogar caminen juntos, se apoyen y compenetren al realizar la trascendental empresa de la educación del niño. Tan interesante poema es digno de mejor cantor; para él, y en honra y provecho del culto auditorio, quisiera la pluma de Cervantes o el verbo castelarino; suplan su falta absoluta el interés del tema y la benevolencia de los oyentes, y entro en materia haciendo algunas consideraciones .Todos los hombres de todos los tiempos han reconocido cuán y cuál es el poder de la educación, y por ende, la importancia de la misión de los que de extenderla se preocupan.

Alfonso X, en uno de los capítulos de sus Siete Partidas, dice que educar es uno de los mejores hechos que un hombre puede hacer a otro. Ya vemos aquí elevado el concepto de la educación a su más alto grado, en el cual se presupone un fin que no tiene la limitación terrena, sino la no limitación de lo infinito.

Y al recomendar que sean los padres los sus eduquen a sus hijos, porque la naturaleza !o impone, el cariño lo pide y el derecho lo exige, quiere que la educación sea obra de amor que más ate y mejor anude los lazos que la sangre establece y el mutuo beneficio consolida.

Esto lo dicta un legislador de la calumniada Edad Media, que sabía a las madres ignorantes y a los padres guerreros, que conocía la brutalidad de éstos y la estulticia de aquéllas; y sin embargo, espera que el instinto y el amor obren de consuno para enderezar la pequeña alma infantil del modo más recto y más sano, del modo más seguro y más santo.

Tener que educar supone saber educar y poder educar, y en este saber y poder se encierran varios factores: capacidad física, integrada por la higiene virtud del cuerpo, por la fuerza y por la salud, cualidades que han de pasar al educando por fatal e inexorable ley de herencia; cultura en el educador que nadie puede dar lo que no tiene, y virtud de bondad, fortaleza de carácter, para que las transmita como rasgos enérgicos, pinceladas de luz con que el artista corona y remata su obra maestra.

Desgraciadamente no están siempre los padres en condiciones de saber y poder educar. De esta falta de aptitud ha nacido nuestra profesión; somos los sustitutos de los padres, para dar a sus hijos una vida del espíritu que ellos no les pudieron o no les supieron dar. De ahí nace la importancia de nuestra obra; el maestro más humilde, el menos capacitado, puede siempre decir con orgullo:
¡Padres: yo completé vuestra obra; yo abrid los ojos de su inteligencia y tracé los linderos de su voluntad, y puse en contacto con la vida a ese ser que no tiene vuestro más quela materia, porque yo forjé su espíritu, yo iluminé su alma!
Porque, permitidme que lo diga: ponen los maestros tal intensidad de afecto, tal fuerza de interés, tal deseo de perfeccionamiento, cuando nos encariñamos con nuestra obra, que, más que desenvolver inteligencias, más que modelar caracteres, nos parece que crearnos, y al crear nos sentimos dioses, porque seguimos las divinas huellas del Supremo Hacedor de todas las cosas.

Tal y tamaña grandeza concedo yo a nuestra labor: la de crear. Labor de dioses y labor de artistas; inspiración y destreza; inteligencia y corazón; verbo y acción:, ex-abundantia oris, que comentó Xenius en una de sus glosas. En el siglo XIII , ya el maestro—se dice—debía ser respetado, y el que le ficiere mal en su persona o en sus bienes, debía ser escarmentado crudamente como home que quebranta nuestra tregua e nuestra seguranza,
¡Quebrantar nuestra tregua! ¡Romper nuestra seguridad! ¡Maravillosos conceptos que encierran todo el valor de la obra educadora!
Educar es hacer la paz; educación es tregua entre dos combates sostenidos por el cuerpo que se arrastra y el pensamiento que se eleva: educar es equilibrar fuerzas, es asegurarla tranquilidad futura... Y el que labora con la bandera blanca de la paz, enarbolada en su mástil, debe tener el respeto de las gentes la consideración de los pueblos.

La labor del maestro es aclarar, facilitar, ayudar... El maestro es el intermediario situado entre el aprendiz y el objeto del aprendizaje; es el destinado a quitar las espinas y presentar las rosas; es el preparador del alimento, haciéndolo digerible y saludable; y..¿No notáis que esta labor es maternal? ¿Novéis que esta misión tiene mucho de femenina?
Perdonad, dignísimos compañeros que os sentís capaces de todas las ternuras, perdonad si digo que la primera enseñanza debiera estar toda en manos de la mujer.
No quiero plantear aquí un problema de feminismo; quiero hacer resaltar una de las aptitudes de la feminidad.

Stuard Hill, en su libro «La esclavitud femenina», al proclamar los derechos de la mujer equiparados a los del hombre, se apoya en una base falsa: la existencia de esa esclavitud. Yo quiero creer que no hay tal: la desigualdad existente no se funda en una razón, sino en un sentimiento producido por la tradición y la costumbre. El uso y no la naturaleza es lo que ha determinado la sumisión de la mujer al hombre. No hay entre ellos diferencias cuantitativas; sus valoraciones no están regidas por el más y el menos, pero sí están regidas por el modo, es su calidad lo que difiere. Y al suponer en la mujer menos inteligencia porque no produce, y esta no producción la fundan en su falta de verdad y de justicia, Stuard Hill afirma que la verdad no se sabe y que la justicia es injusta y engendra sus semejantes: la mujer nace en ambiente de desigualdad y de injusticia, es imposible que sea ella justa y ecuánime.

Hasta aquí la opinión del gran filósofo; pero yo no la comparto en su totalidad; a diferentes capacidades, distintas orientaciones; el hombre es fuerza, energía, ideación; la mujer es delicadeza, dulzura, realización; el hombre es inteligencia, la mujer es corazón; si la obra educadora ha de ser filigrana de amor y espuma exquisita de sentimientos, en la mujer debe estar el primoroso tejido de la vida en su primera edad.«La educación de las hijas pertenece a la madre», dice el sabio legislador medioeval; y el gran pedagogo del Renacimiento, Luis Vives, quiere también que a la mujer la eduque otra mujer, y mejor su madre que otra mujer extraña; y añade que la educadora debe tener estas condiciones: «en años, anciana; en vida, muy limpia; en fama, estimada; en seso, reposada, y en doctrina ,muy hábil» .¿Y qué mujer que sea madre y que quiera cumplir como tal su sagrada misión, no reúne en si esas condiciones, adquiriendo lasque le falten y exaltando las que tiene, para hacer desbordar en el pequeño corazón que modela, las limpias y claras fuentes de honradez, de juicio, de saber, en su alma contenidas?
Tal y tan grande juzgamos que es la importancia de la función maternal, que creemos poder asegurar que si muchas madres sospecharan la trascendencia que implica serlo o pensarían en educarse primero, o renunciarían a tener hijos por ser ineptas para formarlos.
¿Cómo, pues, equiparar esta labor, a la vez firme y suave, con la que el hombre realiza en el hogar? Jenofonte, en su diálogo Oeconornicus, resume el resultado de la misión femenina, en la familia, diciendo a la mujer estas gentiles palabras:
«El más dulce de tus goces será cuando llegando a ser tú más perfecta que yo, hagas de mí uno de tus criados; cuando lejos de creer que la edad aleja de ti la consideración, sientas, al contrario, que, cuanto más te muestres buena ama de casa, guardiana vigilante de nuestros hijos, más fácilmente veas, conos años, aumentar los respetos de toda la casa. Porque no es la belleza la que da derecho a la estima y al respeto, son las virtudes».

Y esta misión maternal, haciendo que la Escuela no sea más que una continuación del Hogar, logrando que madre y educadoras en una sola cosa, nadie puede realizarla mejor que la mujer-maestra.

La Escuela, para ésta, es su casa; los niños son sus hijos; sustituye a la madre; sigue paso a paso el desenvolvimiento de la inteligencia infantil; sus consejos son guía de su conducta; su saber, su querer y su poder constituyen su apoyo intelectual, moral y físico, y tal identificación consigue con sus discípulos, que entonces, puede decirse es cuando la Escuela hace labor social, entonces es cuando la maestra-madre ejerce las más altas funciones de su sagrada misión.
Y para hacer agradable la vida de los suyos, tan suyos, que en ellos pone lo mejor de su alma, la Maestra pide locales abiertos a la riente campiña, con mucha luz, mucho aire, mucho sol, que hagan brotar la alegría, la sana alegría hija de la salud completa y del deber cumplido, y madre engendradora de todas las grandes ideas, de todos los altos sentimientos, de todas las rectas voliciones.
Porque, queremos creer que el caso de Cervantes, produciendo «el mejor libro del mundo», en el lugar triste y desapacible, triste celda en que yacía prisionero de su carácter, y, de un aire puro y de un campo teñido con el suave verdor de la esperanza casa de la alegría». Trabajo, de paz, de unión espiritual! ¿Pretendemos que nuestra labor sola, aislada, consiga el imposible de hacerse trascendente, de perdurar a través de los agentes exteriores, ajenos a ella y a veces contrarios? No; no debemos intentar semejante arriesgada empresa. Ya que la montaña no viene a nosotros, iremos nosotros a la montaña. Si nos encastillamos en nuestra torre de marfil, atentos sólo a nuestra vida interior, a la vida de nuestro hogar, que es la Escuela, despreciando las influencias externas, atrincherándonos en un orgullo mal entendido, no hemos comprendido nuestra misión. El orgullo es río, y la misión del maestro exige sacrificios de vestales mantenedoras del fuego sagrado: hogar sin calor, es hogar destruido. Por eso la Maestra, que, como mujer, tiene artes diplomáticas innegables, sabe, debe saber realizar esa unión de Escuela y Hogar.

Su discreción le marcará las ocasiones en que su presencia, en el de sus discípulos puede ser oportuna y hasta necesaria; sabrá atraer padres distraídos que se olvidan del camino de lugar tan santo; sabrá obtener de las autoridades y de los particulares, medios económicos con qué poder dar ¡terrible y abrumadora realidad!: sólo el recibir lleva las familias a la Escuela! ; y sabrá  y esto es lo más importan te educar a sus alumnas fomentando en ellas un cariño a la Escuela que perdure a través de los años, para que luego, madres ellas, al traer a sus hijos, unan su labor a la de la maestra, haciéndoles sentir un amor al trabajo y un sentimiento de orden y economía tales, que, por bien administrar su casa, no tengan que experimentar el desconsuelo desolador de enviar a sus hijos a las Cantinas escolares, maravillosa institución y medio, no fin, ocasional, pero no duradera, porque su acción es demoledora del Hogar y destructora de la unión de la familia, y la Escuela debe tender a fomentar ambas cosas.
Y para que esta ardua empresa pueda acometerla una maestra, no necesita más que voluntad; queriendo tendrá tacto para tratar, recursos con que ayudarse, palabras conque endulzar, consejos con que influir. Y será necesaria en la Escuela y en la Familia, madre en la clase y maestra en la casa; el edificio social que ella levante, será firme y perdurable porque se apoya en los cimientos que el amor ahonda y defienden el muro que el sacrificio levanta. Y esto lo puede hacer, lo hace ya, sobre todo, la maestra rural. ¡0h, Maestros rurales, escondidos héroes e ignotos mártires que lucháis con un medio hostil a vuestra cultura y enemigo de toda innovación! ¡Maestra de pueblo que ves desmoronarse el castillo de tus ilusiones al saberte incomprendida! En tus manos está el preparar el camino de regeneración; tú sufre y calla; de tus fracasos saca fuerzas para nuevos intentos; tú sabes que serás la redentora, para que las que te sucedan sean redimidas; echa tú la semilla de cultura, de amor y de comprensión... Por ti, tu pueblo será grande, grande con grandeza de ideales, grande con grandeza de sentimientos. Las miserias que ahora te vejan y deprimen, se tornarán, por tu labor, para las que te sigan, en honores y consideraciones; tú educas la raza en el amor a la Escuela; quizás has conseguido ya que ésta sea una familia más, un hogar caliente con los carboncitos que de cada casa te envían los padres. Tú lograrás que éstos vean en ti una salvaguardia de su tranquilidad; la labor que tú hagas en la Escuela, la proseguirán en casa Tu voz será guía, porque es consuelo: tu deseo será orden, porque es razón. Pero razón dictada por una mente que, como la del Seráfico de Asís, estaba llena de su corazón. Por eso fue santo: porque pensó siempre con el corazón, con aquel corazón encendido en ardiente caridad hacia todas las cosas; caridad por la que llamó hermana a la cristalina fuente y hermano al hambriento lobo..?
Vosotras, Maestras rurales, que lleváis el peso del porvenir de España sobre vuestros hombros, tenéis que pedir, tenéis derecho a exigir que no os aíslen en vuestro Calvario; tenéis que saber que, en su penosa subida, contáis con el apoyo moral y material de Autoridades y compañeros; tenéis que tener el consuelo de ver que, a la consumación del sacrificio de vuestras energías y a la agonía
De vuestras ilusiones, os acompaña el sentimiento de admiración de los que saben de nuestra obra, Vosotras tenéis que pedir que, a vuestra abnegación en aras del bien de la Patria, responda la Patria con otro sacrificio; escuelas, muchas escuelas y maestros que las dirijan; y que sea una realidad la asistencia obligatoria a ellas. Porque, mujeres al fin, en todo momento previsoras, sabéis que los gastos de ahora supondrían un ahorro después. Ahorro en la enseñanza de adultos; acabaría de una vez el analfabetismo, pero no sólo el de no saber leer y escribir, sino el
que supone, aun sabiendo esto, el tener la inteligencia cerrada a toda idea alta y noble, grande y sana. Pedid también medios económicos paraqué la Escuela pueda dar; dar hoy, asegura el recibir mañana. La niña que no asiste a la Escuela porque sus padres precisan su mísero jornal, aprenderá, si lo recibe por asistir,a enviar a sus hijos sin que les den nada, porque ya no lo necesitan; porque su madre ha sabido aprender la ciencia de la vida en un ambiente rodeado de todas las ideas cumbres; porque sabe que el tiempo de la Escuela es poco y hay que aprovecharle; que niñez y juventud pasan, como la felicidad, sólo una vez por nuestro lado.

Pedid, por último, que vuestra misión se vea rodeada de todos los prestigios, de todos los honores; que si personalmente los maestros no somos nadie, por serlo, tenemos que sentir un sano orgullo; honrar a un maestro es honrar a Aquel que quiso ser conocidopor tal nombre; el que nos enseñó a sentir, con el alma abierta a todas las ternuras, el dulce mandato de «Dejad que los niños sea cerquen a mi».

Nación tiene períodos de nacimiento, plena, Oswald Spengler, en su discutido libro «La caída cit. Occidente», propone una especial visión de la Historia. Para él toda civilidad, decadencia y muerte. Según él, la nuestra decae, y tras esta etapa vendrá la decrepitud caracterizada por un pálido y triste infantilismo. ¡Pesimismo fatal, que da al traste con todas las esperanzas! Los maestros no queremos creer en ti. Nuestra civilización no puede morir, porque constantemente se renueva; el espíritu tradicional no está sujeto a los plazos fatales del tiempo; el organismo envejece, pero no el espíritu. Una generación baja a la tumba y lega a la posteridad una luz inextinguible que la vivifica. Por eso somos optimistas, sintiendo conWells en su obra «La llama inmortal», bella como un poema e interesante como una novela.. Mantengamos en nosotros la llama inmortal de un ideal acrecentador de fuerzas y creador de nuevas energías. La misión del Magisterio, desalentadora, ingrata, olvidada, oscura, es la que más necesita de ideales quela impulsen, de inspiraciones que la muevan.
Ya termino.

La meseta castellana yace postrada en silencioso sopor... ¿Sueño? ¿Cansancio? ¿Agotamiento? No sé; quizás reposo nada más. Fue todo y puede ser todo. Es un honor que el primer paso dado por esta cruzada en pro de la cultura y a favor de la Escuela, haya sido en la vieja ciudad de los Quiñones y Guzmanes. El fiero león del escudo nacional, sacude su melena y con su poderosa zarpa arranca del corazón de la Madre Patria, de la región austera que de las márgenes del Sil a las cumbres del Guadalquivir extiende sus ricos trigales, sus pinares oscuros y sus verdes viñedos, el sello de inacción, de negligencia, de desidia..

Castilla despierta al rugir del león. Sus rugidos son hambre de cultura, sed de trabajo: los cachorros de esta fiera que en vuestras manos moldeáis, Maestros leoneses, serán porque así lo queréis, los surgidores de una raza, dura como su tierra, firme como sus montañas, pura como su cielo y noble como su historia. El recio temple del alma de la meseta, volverá a ser, por vosotros, lo que fue: ascético santo, con Teresa de Cepeda; sabio y culto con Isidoro de Sevilla; abnegado y heroico, con Guzmán de Tarifa.

Castilla, que «así hace sus hombres y los gasta», reanudará su ruta gloriosa después de su descanso; y llegará, puesta su juventud en manos de un Magisterio sacrificado, trabajador y virtuoso, a ser más de lo que fue,Castilla, madre de España en un tiempo ,olvidada después por vieja y despreciada por pobre; renovada ahora por la joven savia de la nueva educación, será otra vez grande otra vez fuerte, otra vez madre de esta patria de nuestros amores”.