martes, 22 de noviembre de 2016

DÍA DEL DOCENTE


Las distintas administraciones educativas  no establecen  fecha fija para  celebración del día del maestro. El 31 de octubre es reconocido en los calendarios escolares como  “Día del docente” en la comunidad de Castilla y León;  la Comunidad de Cantabria el 27 de enero; Extremadura 26 de noviembre; Madrid el 31 de octubre con excepciones ; en el País Vasco, se considera una fiesta movible y se puede  celebrar en cualquier época del curso, respetando las normas de confección del calendario por parte de cada centro que tiene amplia autonomía este aspecto; en Navarra se establece el día 25 de noviembre, aunque siguiendo las mismas normas que en Euskadi por parte de los centros si quieren fijar esta fecha en otra época; en la provincia de Sevilla  la delegación de educación concede el 31 de octubre como festivo, pero sin especificar el motivo de este día de asueto.
 J. Alonso (periódico digital “hoy.es) comenta que  los políticos y muchos empresarios creen que las fiestas lo son solo porque no se produce y no se dan cuenta de que hay colectivos, como el de los maestros, que entienden que las fiestas son un sentimiento, una conmemoración enraizada en su memoria sentimental y que sustituir a San José de Calasanz  rompe sus  tradiciones.
En nuestro país, con relación a la  enseñanza primaria en los años  de 1940-1975,  se ha considerado el 27 de noviembre, San José de Calasanz, día vacacional, por ser  el patrono  del magisterio
Esta celebración es  reconocida por la administración educativa de aquella época, como una fecha específica dedicada al maestro, se consideraba una efeméride escolar junto con el día de los Todos los  Santos, día de la Raza, día del caudillo, etc. Por este motivo constituía una actividad escolar obligatoria el reflejarla en los cuadernos individuales del alumno y  en el colectivo del aula, llamado “de rotación”.
Los ayuntamientos organizaban un acto de agasajo al profesorado que normalmente consistía en ofrecer un aperitivo a los asistentes al evento, al que acudían las autoridades locales y se pronunciaba algún discurso por parte de algún maestro o inspector de educación sobre temas generales de la enseñanza, glosando la figura de pedagogos nacionales, San José de Calasanz, Luis Vives, el padre  Manjón, padre Poveda, etc., o ensalzando las virtudes humanas y casi divinas que deben acompañar al docente.
Era un día para el encuentro entre el magisterio de aquella época, la mayoría ejerciendo en escuelas rurales y, por tanto, alejados de  sus colegas.
La jornada contemplaba actos religiosos y de reconocimiento a  la labor docente desarrollada por maestros que, según el criterio de la inspección educativa,  se hacían merecedores de un “voto de gracias”. Una certificación de su buen hacer en el aula que le servía como mérito en su carrera docente a efectos de concursos de traslados o ascenso en el escalafón profesional.
También era una  fecha para la nostalgia. Se despedía a los profesionales que se jubilaban, normalmente se le entregaba una placa grabada recordando este día.
Los tiempos cambian y con ello las costumbres, se hace necesaria una adaptación a los nuevos retos, estilos.
Semánticamente  “el día del maestro”, recibe otros nombres: “día del enseñante”, “del profesor”, “del docente”, etc.
Este cambio de nombre, comporta una percepción nueva  sobre el rol del educador. La palabra  “maestro” se va relegando a épocas pasadas, al desuso y  a la pérdida de su  significado original y, por tanto, de su labor básica: educar y enseñar a aprender.
El aprendizaje no ha variado en su aspecto formal basado en una interacción maestro/alumno, sí los métodos, las formas, los conceptos, los contenidos, los instrumentos metodológicos, pero nada más.
Da la sensación que una parte de la sociedad ha perdido el significado ontológico de los riesgos y compromisos que comporta la enseñanza, mostrando conductas cargadas de incomprensión e ignorancia sobre la labor educativa.
El profesorado se ve sometido a presiones, críticas y dudas sobre su trabajo. Todos entienden de educación, hasta los menos instruidos se ven capacitados para desprestigiar su trabajo, algunos miembros de la comunidad educativa se creen  legitimados para dictar normas sobre la marcha escolar de un centro sin haber leído ningún tratado pedagógico, otros arremeten con denuncias y comportamientos agresivos contra  los docentes.
En mi trabajo como inspector de educación he sido testigo y he intervenido en muchos conflictos escolares. No he tenido la satisfacción de recibir a ninguna persona que me haya venido a visitar para elogiar la labor de determinado profesor o profesora. En esto he sido poco afortunado
Esta obsesión por acudir a las autoridades educativas  a plantear problemas, pero no a intentar escuchar es muy frecuente.
Mi propuesta es que se debe considerar la creación de la figura del “defensor del maestro” dentro de la propia administración escolar. Los sindicatos ayudan al profesorado, pero su capacidad resolutiva en ciertas situaciones   se ha mostrado poco eficaz, no por falta de capacidad , sino por  carencia de  apoyo institucional.
La inspección educativa es garante del cumplimiento de la ley cuando afecta al alumnado, a los centros educativos, a las familias de los escolares, etc.,  ¿pero quién vela por el profesorado, quién le ayuda, quién le defiende cuando es acosado, cuando se siente hostigado en su trabajo?
 En la película mejicana  Simitrio estrenada en  España en 1960, interpretada magistralmente por José Elías Moreno (en el papel de maestro) y Javier Tejada en el del simulado alumno Simitrio, se resaltan dos aspectos fundamentales: la vocación del maestro y cómo ha ganado el amor de un pueblo entero que no duda en poner todos los medios necesarios para proteger a su amado mentor.
Esta reflexión nos invita a  confiar en la labor del maestro y  que en muchas ocasiones precisa ayuda.
F. Trancón








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